IV
(a una encina
ardiendo)
DERROTADA de luz, como un guerrero
al que tan sólo el tiempo ha derrotado,
cae al fin como un cuerpo al infinito
fragor de su penúltima batalla.
Y es un cadáver vivo que aún conserva
la mansedumbre triste de los seres
destinados al fuego, la nobleza
de haber visto en sus ojos tanto cielo.
Derrotado su afán, al fin, su cuerpo
será dios en la hoguera más humilde
y alzará en su agonía una plegaria
con que arrojar la luz que tantos años
atesoró su carne: grito eterno
que hará voz del silencio, como un coro
en el viento solemne de la noche.
Y al incendio de todos sus recuerdos
acudirán las bocas de otros cantos,
acudirán los nombres que ya nadie
pronunciará por ella. Y esta guerra
será al fin su victoria más temida,
será su vuelo manco hasta la tierra
donde ya duermen todas sus raíces.
Todo lo asume el fuego y su ceniza
será fría en el mármol de su tumba
como esa noche gris que ha consumido
toda su luz ardiendo con su cuerpo.
Todo lo asume el fuego y lo consagra,
todo lo purifica y en el humo
su luz de nuevo buscará otra sombra
que habitar en silencio, otra morada
donde dioses antiguos ya la aguardan.
de “El triunfo de los días” Ediciones Rialp, 2002
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