AQUÍ GOLPEABA airadamente el padre sobre la mesa
causando un temblor de cristales, una zozobra en la sopa,
volcaba el jarro de su autoridad aprendida, de sus miedos,
de su ternura incapaz de balbuceos.
Adelantaba su dedo acusador y el silencio
era como una puerta obstinada que defendía a los niños del
llanto.
Aquí sólo hay ahora una mesa de cedro, unos taburetes,
un modesto frutero que alguien hizo
con doméstico afán.
¿Dónde los niños,
dónde el padre y la madre arrulladora?
La tarde esplendorosa asoma añil y roja detrás de los
vitrales.
Y pareciera que tanta paz, tanto silencio pesaroso,
fuera el golpe de Dios sobre la mesa.
de “El hilo de los
días” Frailejón Editores, 2014
Precioso poema. Gracias,
ResponderEliminarUn poema conmovedor. Gracias por acercarlo. Besos
ResponderEliminarGracias Susana. Un abrazo.
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