viernes, 21 de enero de 2011

HILOS


El fotomontaje pertenece a JUAN BAUTISTA MORÁN
Su enlace: http://juanbamoran.mifotoblog.com/index.php


Vine a buscar la luz y me encontré
un paisaje de vientos y una vela
sin cápsula, fundida en su elemento.
Busqué en las formas derretidas
y es verdad que encontré respuestas
pero a preguntas sin un nombre, en calcos
de papel macramé, como un vulgar
boceto al carboncillo, en garabatos
descosidos por unas firmas principiantes.
Es verdad que en el poso de una cera
al final aparece el punto
que da sentido a un diccionario.

Y en ello estaba, desmoldando el borde,
queriendo confirmar el sí o, al menos,
acceder un instante al subrayado,
enlazar con paréntesis
esas respuestas tan retóricas
que vienen con su trampa,
marcadas con el asterisco de la duda.

Pero ese viento que emborrona
levanta un polvo fino que combate
el ángulo discreto de una esquina
aunque yo, de momento, me mantengo
esperando que pase la espiral
sin ser consciente que la brújula,
a la que sigo, gira en dirección equivocada
marcando el corazón de un epicentro
gastado en el elástico, en la goma
que propulsó el pasado de su inercia.

Quise encontrar el nido
donde abrevan las fuentes, donde
resguardan las llanuras tan expuestas
el devenir de la intemperie, donde
hay que buscar la llave que ha de abrir
el libro con las hojas hacia abajo,
desprendido del peso de sus letras,
ya libre de la fuerza del ojal.

Quise saber del ojo,
buscar la forma de subir el párpado
y que vayan cayendo
esos granos ya secos con olor
a sal, a puntiagudo interrogante,
a antigua escarcha, quise hacer preguntas
en el espacio libre que ha dejado
después de recogerse el eco,
la cruz de su sonido,
el destello último del trueno.

sábado, 15 de enero de 2011

Visto en "Sopa de Poetes"

SOPA DE POETES




domingo, 9 de enero de 2011

JARDÍN DE INVERNADERO


                                                       Jan Saudek


Como una rosa de baranda,
con el rizo de terciopelo
cayendo con orgullo por la frente.
Las lentejuelas del vestido
cosidas con punzadas de brillantes,
soltando esporas como copos.
El abanico rosa de mujer
cañón con el que esconde a medias
la parte baja del escote,
dejando ver la pluma fucsia
que sobresale del pezón derecho,
donde suele colgar a sus amantes.

No queda parte de su cuerpo
que no le tape el pecho enorme, hinchado,
por la falta de savia que relaje,
orgulloso de estar sin cobardía,
de poder enseñar su indiscreción,
forzado a presentarse como parte
de una caricatura bien llevada.

Ella, contenta de tener su vida
marcada con tatuajes,
presumiendo del nido de gorriones,
desgarrado, orgullosa de aguantar
la aguja del tacón en equilibrio,
deseosa de soplar la pluma
de su figura artificial de moña,
su silueta
tan perfecta de eunuco
suspirando continuamente,
vencedora de ocultas desviaciones,
femenina a rabiar,
tan impecable, tan rotunda
que hasta su voz parece renovada.

Demasiada mujer
si no fuera por el intruso
en la entrepierna, el bulto
que da coherencia
a esa voz que le viene, le delata,
que no es la suya, que no asume,
que le impide forzar la diferencia.

Demasiada mujer y demasiado secreto.