TRAS el monte, otro monte.
Tras la nube, otra nube.
La silueta del pájaro
se repite a sí misma.
Si lloviera sería
la misma agua de siempre.
Cualquier eco que escuches
es idéntico al otro.
Igual que ondas creciendo
de algún núcleo infinito.
Cuando amanece un día
se eterniza el proceso
que acostumbra a seguir
la secuencia anterior.
Como el giro distante
de un reloj que no cesa.
Nos sentimos distintos
Algo distintos, si somo, aunque no tanto como pensamos ¡Excelente poema!
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan.
ResponderEliminarUn abrazo!
Profundo y hermoso poema
ResponderEliminarEl eterno ocho , no tiene principio ni fin .
Con tu permiso , te sigo .
Un saludo
Gracias, Elena.
ResponderEliminarBienvenida.