Abrir los ojos
después de haber tenido un cierto sueño.
Despertar en un sitio extraño
donde la sombra abulta más que el cuerpo
pues el cuerpo es efímero y probable.
Abrir la transparencia de la mente
como quien abre un ventanal cerrado.
Así se airean los recuerdos,
incluso el renovado pensamiento.
Abrir la espita y esperar
a que la única gota caiga.
Beber de ella sabiendo que esa gota
es parte irrenunciable de una lluvia
que, a su vez, pertenece al sueño,
aquel del que creíamos ser
protagonistas únicos.
Dormirse con la sed colmada
por la gota.
Soñar
con una realidad que no es la nuestra.