lunes, 25 de febrero de 2013

JOSÉ MARÍA PIÑEIRO



III

Cada poeta es vigía de un territorio concreto del verbo,
de una sola palabra que se ramifica en otras, colindantes.

Cada poeta es vigía de una frecuencia específica de ecos,
de mundos que devienen,
del sueño que sueña las consumaciones y los comienzos.

Cada poeta es vigía del lenguaje,
de lo que acontece,
del navío quieto y proceloso que es la memoria,
vigía de su propio poema,
creador y vigilante de una metáfora única:
la que anima e irriga todos sus poemas.

Cada poeta define un mundo
sin instalar códigos
sino viendo como juegan los símbolos
en hemisferios dispares.

Cada poeta es vigía de la misma rosa
que se repite distinta.

             Fragmento III de la primera parte, “Explicatio”, de "Profano Demiurgo"



TORMENTA

Llover sobre el mar
es una extraña tautología.

Como una correspondencia
cuyos significados arcanos interrogáramos,
como la súbita escenografía
de un milagro bíblico,

llover sobre el mar
es una repetición enigmática,
una metamorfosis
anterior a las distribuciones del verbo,
un origen previo a todo origen.

Contemplamos la tormenta
desde nuestra tibia atalaya.

Mi rostro fosforece junto al tuyo
mientras observamos, fascinados y confusos,
este espectáculo mitológico
del agua devolviendo el agua.

                  De la tercera  parte, “Itinerarios”, de "Profano Demiurgo"


EL ORDEN LIBRE

Busco el libro que contenga las leyes secretas de la analogía,
el códice que guarde los mágicos pentagramas
de las asimetría y las convergencias;

el manuscrito en el que palpite el pulmón de la lluvia,
la espiral de los meteoros,
los estratos del tiempo;

el volumen que diga el porqué de las eras,
la razón de la pasiones,
que explique la duración de lo eterno,
el destino de los sueños.

Venturas de la teoría este sueño lúcido
de creer en lo que la palabra guarda y promete.

                          De “Margen Harmónico” Fundación Cultural Miguel Hernández


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miércoles, 13 de febrero de 2013

POEMA


                               Foto de Masao Yamamoto
Poner
en el hueco del árbol una pluma.
Esperar
a que se oville el nido
con la paja del pico de algún pájaro.
Buscar
la parte extravagante del poema:
como que el nido está mal hecho; en vez de acoger,
recoge; en vez de arcilla y paja,
son las mismas palabras del poema
las que encadenan signos con momentos.
Hasta formar la parte que acomoda.

Un nido de palabras: mar, silencio,
nube, vértice, esfera, incluso cuándo,
que cuelga
del lado más lejano de la rama
a falta de algún peso que lo tire.
Como quien pincha un globo que se va.

Saber
que no hubo nunca nido, ni árbol,
ni pájaro que vuele hacia nosotros.
Que hubo, solo, palabras, eso sí,
que llenan huecos evidentes.

Y todo a pesar
de tanto verso falso.