Fue un destello, una luz,
una brizna de hierba arrebatada
lo que me hizo explorar tus versos,
tu asilvestrado valle donde escondes zafiros,
jardín de lacerante espuma
al cual me invitas, y entro sin saber
ni de prohibiciones, ni de reglas,
ni de caminos ya pasados
donde tus flores eran tedio misterioso.
Descubro tu bramido,
tu antigua escarcha ya fundida en geiser
y así, me expones tus dolencias
bajo un temblor de dientes y latidos,
mientras tu firma se derrite
y yo, expectante en tu triunfo,
disfruto del vaivén de tu cadencia,
columpio en el que sigues
mientras ves que mis ojos te traspasan,
ya abandonado a mi derrota.
Y acatado tu gozo,
te suspiro…