SUPÓN que estás en una playa virgen
de arena blanca, azul
turquesa el agua.
Te encuentras a la sombra.
A donde mires ves
la luz que se entrevera tras las nubes.
Por suponer, supón que en este sitio
no hay nadie que presencie lo que tú,
que sigues admirando esta acuarela.
Supón que tu mirada siempre ávida
de signos interiores
se fije en lo concreto,
en algo nebuloso sucediéndose
de dentro de las aguas, y te fijas
entonces en sus formas de sirena,
que te llama, que insiste en su reclamo.
Supón, así, que aceptas su insistencia
sabiendo del peligro de estas aguas,
y vas, y mientras vas
las aguas se te cierran engulléndote
y tú no te resistes pues bien sabes
que es todo un suponer.
Entonces coges un papel y un lápiz
y esa suposición la plasmas íntegra
en un poema que ha nacido en tanto
mirabas más allá del horizonte,
ese mundo interior
que surge tras buscar en los confines
las cosas que descansan sosegadas
en lo recóndito, en lo que es secreto.
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