lunes, 26 de noviembre de 2018

DOS POEMAS DE SUSANA BENET




TU MANO ENTRE LAS FLORES
                                                                    A Miguel d´Ors

CON cuánto mimo
cultivabas tus flores, mientras yo
te observaba de lejos moverte entre las dalias,
los lirios, los claveles,
enderezando brotes con gesto maternal.

No recuerda mi piel haber sentido
un roce tan tierno de tu mano,
ese temor a herir con que posabas
tus vigorosos dedos
en la frágil tersura de los pétalos.


RECOGIMIENTO
                                                                   A José Mateos

SIN culpa me recreo
en el dulce abandono. Ya la casa
ordenada y sobre el aire la luz
ociosa de la tarde.

Sin prisa el viento sopla,
sin urgencia resuelvo mis tareas
y no ansío el vaivén loco del mundo,
el febril ajetreo, la charla omnipresente.

Que me secuestre el sueño,
que no requiero más que sus cuidados,
pues sólo al buen reposo lo acompaña
el íntimo deleite de rozar
la muerte con la vida.


                 de “Don de la noche” Editorial Pre-Textos, 2018

viernes, 23 de noviembre de 2018

DIOS EN LA POESÍA ACTUAL (Antología)




DIOS DE LO PEQUEÑO

SEÑOR de las galaxias más remotas,
las que no tienen nombre,
las que apenas existen;
TÚ que gobiernas las Enanas Blancas
y las Supergigantes;
Tú que forjaste el asteroide oscuro
capaz de destruirnos con un roce;
Tú que detonas cada Supernova;
Tú que amontonas Agujeros Negros
en las pupilas ciegas de este Cosmos,
¿por qué esta margarita?

(Inédito)
DANIEL COTTA



TRAS LA COMIDA

NO sé nada,
pero si Dios existe,
si se encuentra en algún lugar
es aquí, en este cuarto
al que entra el sol poniente
unos minutos antes de ocultarse.

Dios sobre la caoba
del mueble iluminado,
en el verde trasluz
de las macetas que hay en la ventana,
en esas manos jóvenes
que sirven el azúcar,
metido en la madera, ya madera,
y en ese pelo oscuro
junto a una piel muy blanca.

Si es que existe un lugar
o un tiempo para Dios,
es justo aquí,
es justo ahora cuando lo contemplo.

No sé nada.
Ni por qué escribo esa palabra, “Dios”
para hablar de una dicha
con algo del dolor que nos asalta
en el momento de la despedida.

Polvareda, 2003
ANTONIO MORENO



VIEJAS HISTORIAS

AQUELLOS episodios de la Historia Sagrada
que de pequeño oía en el colegio
y que en casa, más tarde, repasaba despacio
me fascinaban siempre. Llenaban de hermosura,
de muy fuertes y opuestas emociones
-y quizá de algo más, de algo sin muerte-,
al niño retraído y soñador
que en mi ser habitaba. Qué intenso y sugestivo
el universo elemental y exótico
en el que transcurrían. Allí supe
del dolor y el amor, de sangre y fuego,
de plagas y diluvios y guerras y milagros,
de justicia implacable y de misericordia.
Luego, ¿dónde se fueron las vívidas estampas
que en mi alma bullían? Poco a poco
el tiempo fue empujándolas a ciertos arrabales
últimos del recuerdo (que son ya casi olvido).
Y muchos, muchos años, otros rumbos anduve.
En ocasiones, ahora, retirado en mi cuarto,
leo y releo la Biblia buscando no sé qué,
buscando, por instinto, agua de vida.
Y reencuentro en sus páginas los relatos que brotan
–tan frescos como entonces, tan dulces, tan terribles–
del fondo más remoto de mí mismo.
De nuevo me consuelan, me espantan, me subyugan.
Por los viejos caminos pedregosos
de Judea y Samaria, bajo un sol de leyenda,
o en la ribera azul del mar de Tiberíades,
los ojos de aquel niño que yo fui
se cruzan con los ojos de Jesús cuando pasa.

Antes del nombre, 2013
ELOY SÁNCHEZ ROSILLO


de “Dios en la poesía actual”. Ediciones Rialp, 2018
Edición de José Julio Cabanillas y Carmelo Guillén Acosta.  

martes, 13 de noviembre de 2018

POEMA DE JOSÉ JULIO CABANILLAS




ÁRBOL

CUANDO yo era un arbusto, el aire
me soplaba al oído canciones de muy lejos.
Me rozaba la frente.
Yo estaba allí, en el bosque, entre padres y abuelos
de alturas formidables, con sus ramas nudosas
acariciando el sol, bebiéndolo a hojas llenas.
Una nube pasaba.
Un pájaro ponía el corazón en la garganta.
Pasaban niñas, y reían.
Pasaban mariposas y eran oro.
De pronto fui un árbol. Qué verde gravedad
de savia entre las hojas que, en el aire, temblaban o reían
con los ojos de un hombre enamorado.
No muy lejos oí pasos de hierro, gritos,
voces de pedernal en el filo de un labio.
Y se alzó el brillo agrio de un hacha en mano fuerte.
La savia, acostumbrada a vivir en mi adentro,
vio el sol y desmayó. Yo desmayé, caído.
Me arrancaron del suelo, me talaron las ramas,
menos dos, las más grandes. Me quemaron la copa
de hojas transparentes, hijas del arco iris.
Me arrastraron a voces hasta un monte pelado.
Había gente. Olía a sangre, y un perrillo
pasaba entre las túnicas severas
de unos hombres hirsutos con ojos imposibles.
Luego, en lo poco que de mí quedaba,
clavaron -yerro y sangre-
lo poco que quedaba de aquel hombre.

   
   de “Poemas descalzos”, Libros Canto y Cuento, 2016


viernes, 9 de noviembre de 2018

POEMA DE CARMELO GUILLÉN ACOSTA





AMOR COMO UNA URGENCIA
                 
   QUÉ hermoso tú que existas
para decir te quiero cuando me viene en ganas.
Así sencillamente: te quiero.
                                          La vida será siempre
nuestro retorno inmenso, el mar donde abrazamos
la dicha sin permiso. Donde sólo tu beso podía
comprenderme.
   Ahora te recuerdo, quiero decir te quiero
para olvidar la muerte. Apenas si conservo de ti
tu inexistencia: tus ojos esperados como una
carta urgente, como un dolor urgente…
¡Qué hermoso hacerte ser cual eres como entonces!,
como cuando dejabas tu cuerpo libremente
de norte a sur, de oeste a este ¡entera
geografía! y recogía mi olvido tu memoria
y hacía tu aliento cuanto había borrado.
   Qué hermoso era el principio y del principio
tú nada más y el mundo era contigo.
   Quiero creerte ahora. Creerte eterna
y casta para poder amarte de todas las maneras.

   A pesar del dolor, a pesar de la muerte
y el gozo que me queda, hoy no sé más de mí
que tu vida. Que descubrirme amado por las cosas.
   Tú hiciste del amor el crucigrama
donde se unían los seres y el recuerdo:
el último recuerdo que todavía es presencia.
   Tú desataste el día, la palabra, lo
conjugaste todo como un soplo que Dios
dejó en tu pulso y me lo diste.
   Por eso te creé sobre el dolor dichoso de la muerte
como un río sereno que abrazo y que no agoto.
         Y tú tenías razón,
valía la pena el llanto, valía la pena amar
aunque fuera esta vida. Creer que nada puede
morir si existe amado.

                                 Con la alegría tuya
quisiera tener la humildad de decir que
   Te quiero.


      de “Envés del existir”, 1977. Ediciones Rialp