martes, 16 de enero de 2018

POEMA DE BASILIO SÁNCHEZ

Hay días en que es posible
bajar hasta la calle y pasear
por los alrededores de las casas
con la humilde sospecha de que nada
depende de nosotros,
nada nos necesita.
Sintiendo que no tiene la vida que alumbrarse
con la luz incompleta de nuestros pensamientos
o de nuestras palabras para hacerse presente.

Así, esta mañana,
nada de lo que miro me requiere:
ni el polvo desprendido del castaño de Indias
ni el barniz de las flores arrastradas
por el agua de las acequias,
en el amanecer de otro verano
que ha empezado a extenderse
sobre los paredones de los huertos y ya alcanza
las fachadas de piedra
y las desmochaduras de las torres.

Donde acaban las naves, los talleres,
los viejos edificios arrumbados
del barrio de las minas, hay una nube inmóvil
que se apoya en su bastón de cerezo
y una mujer perdida, detrás de una ventana,
en las ocupaciones del vivir.

Entre la nube y ella se reparten,
a la vista de todos, ignorándome,
las cuentas de colores del baúl de la noche
con las que se abre el día.

Cerca ya de un arroyo,
donde afloran los restos de hierro y de madera
de unas vías en desuso,
las flores blanquecinas de la jaras
arrancan los reflejos de las salpicaduras
sin esperar tampoco a que yo pase,
a que llegue hasta ellas.

Hay nidos de cigüeñas en los postes
vencidos de teléfonos, sobre árboles secos.
Cuando atravieso el puente,
unas hojas flotantes me separan
del fondo del riachuelo, del poso de la nieve
de los otros inviernos, que permanece allí,
debajo de estas hojas,
sin estar obligado a la mañana
ni a mi luz imprevista.

Nada me pide nada: ni el vuelo de una abeja
ni el milagro de un árbol acunado
por un aire de lejos.

Ni el cielo de la tapia
ni el despuntar azul de las violetas
junto a los que regresan caminando,
con las manos cogidas,
de otra noche lavada
por el agua de lluvia de las gárgolas
de la ciudad antigua,
que me ha dejado afuera.

   de “las estaciones lentas” Editorial Visor, 2008

jueves, 11 de enero de 2018

POEMA DE SERGIO NAVARRO RAMÍREZ



EL ROBLE

I – Economía de los bosques

ANTES, joven, el árbol se cerraba
como un puño. Sus ramas fuertes, juntas,
formaban una copa impenetrable
que apenas conseguía hacer temblar
el viento. Sus raíces se clavaban
firmes como puñales en la tierra,
profundas hasta el centro.

Ahora, tras la estación dura del año,
abre sus ramas, viejo y mustio, casi
dejándolas que caigan por cansancio,
como un abrazo a lo que venga: lluvia,
insectos, pájaros…que no atrapaba
cerrando el puño. Rinde ya su cuerpo
a la muerte y ofrece su cadáver
abierto a que lo habiten. Ya florecen
los brotes verdes de esta economía:
pequeñas criaturas colonizan
su muerta arquitectura de raíces
y ramas, como los soldados usan
de establo los vestigios de algún templo
sagrado y milenario.


II – Ritos de invierno

EL roble sigue en pie, negro y enjuto,
cubierto por la última nevada.
Con las ramas quebradas por el viento,
como una mano inmensa y esquelética,
pide limosna al cielo, mendigando,
calor al aire frío de la noche.
De repente, la luz lunar le viste
su desnudez, le colma. Alzan sus dedos
delgados la hostia blanca de la luna,
temblando, como un sacerdote anciano
que celebra sus últimos oficios,
los ritos del invierno. Pordiosea
resurrección.

de "La lucha por el vuelo" Ediciones Rialp, 2017

lunes, 1 de enero de 2018

POEMA DE CARMELO GUILLÉN ACOSTA







EN FRÁGIL SOLEDAD

EN frágil soledad y en feliz calma,
entiendo mi vivir como el del árbol
que hunde sus raíces en la tierra
con un solo deseo, ser la savia
que invade el universo de armonía
y accede con su halo al mismo cielo.

En frágil soledad, me doy al cielo,
a la ilusión de verme siempre en calma,
trenzando en dulce vuelo la armonía
que aviva con fulgor el feraz árbol,
desde la alta copa en que la savia
desciende tronco abajo hasta la tierra.

En frágil soledad, vivo en la tierra
igual que si viviera ya en el cielo,
libando así mi alma de la savia
que el mundo facilita cuando, en calma,
se deja presentir dentro del árbol
en plenitud de ser y de armonía.

En frágil soledad, es la armonía
mi sello personal en esta tierra,
pues vivo para el mundo como el árbol,
que crece para adentro y en el cielo
encuentra ese sosiego y esa calma
precisos para hendir de luz la savia.

En frágil soledad, surge la savia
en ramas de fragor y de armonía,
y dejo mi alma al aire, y en la calma
que el mundo me procura aquí en la tierra,
y que, en mi afán de darme, alcanza al cielo,
imito en mi arrebato al fértil árbol.

En frágil soledad, soy ese árbol
que exuda en su vivir toda la savia,
toda la transparencia que abre al cielo,
y en nudos de ilusión y de armonía
me doy sin condiciones por la tierra,
con renovada entrega y viva calma.

Que si vivir en calma pido al árbol,
también pido a la tierra que su savia
me llene de armonía, como al cielo.


  de “Las redenciones” Editorial Renacimiento, 2017