Entre las dos orillas, apretando,
como una cicatriz endurecida.
Con forjado de hierro, el puente
espera un día no nublado
y que ningún suicida se le acerque
con la costura del bolsillo rota
del peso de unas tuercas oxidadas
llevadas como un lastre, por si acaso.
Arriba, en lo alto de una viga,
justo en la cara del vacío,
la que da a la intemperie, a la inclemencia,
una hormiga retoma el viaje
de vuelta, divisada al fin, la línea
que le señala el fin de su aventura.
El cielo sigue azul celeste
a pesar de que una ola se hace grande
y ya hace sombra oscura.
de "Brooklyn"