I
Todos somos la parte de una pieza.
La parte del saber es una pieza.
También la parte del estar.
O la mano, o el ojo
que son las piezas de uno mismo.
En la parte exterior,
de la exterior del universo
recogen esas piezas fragmentadas,
que son el cúmulo de un polvo aún vivo,
y con ellas construyen otro mundo
igual y semejante al otro,
pero sin lo minúsculo del yo:
ese aura que no ocupa que es el alma,
ese lugar que no es de nadie,
que no es lugar.
Aunque haya letras que lo nombren.
Aunque esas letras lo pronuncien.
Y no se entienda lo que cuentan.
II
Todo es parte de una parte.
Cualquier poema es parte fragmentada
de un todo que es la parte de otro sitio.
También un verso es parte necesaria
donde las letras forman la parte de la imagen.
Incluso el punto que antecede al fin
es parte decidida de la historia.
También cualquier idea que nos venga.
Y hasta cualquier idea que perdamos.
Incluso el no tener ninguna idea
es parte de uno mismo.
Y así, con tanta parte
se irá formando un todo,
donde estará lo visto y lo invisible,
donde estará lo vivo y lo yacente,
donde el sonido esté en silencio
o el silencio retumbe en su vacío.
Todo es parte de todo.
Pues ¿qué es sino el pasado?
¿No tendremos allí algún trozo nuestro?
¿O no es hacer preguntas
la parte ineludible que nos falta?
¿No es el hueco la parte necesaria
para llenar lo que antecede al cuerpo?