A mi mujer no le gusta que le fastidie sus estrategias. Por eso, al abrir el armario y ver al abuelo, como dormido, entre mi ropa, no le dije nada. Tampoco le dije nada cuando fue la abuela la primera que apareció entre las perchas, y allí estuvo hasta que el abuelo fue a hacerle compañía. Yo, para no molestarla, me callo siempre, incluso cuando me crucé con el gato, y éste al verme dio un respingo y salió huyendo, despavorido, todo erizado, resoplando, como si se hubiera topado con una pobre alma en pena.
LUIS LÓPEZ SUÁREZ. OFICIO DE DIFUNTOS
Hace 9 horas